El brutalismo como lenguaje arquitectónico y cinematográfico en El Brutalista

En tiempos de arquitectura digital y estética efímera, el brutalismo vuelve a ser tema de conversación. El Brutalista, la película de Brady Corbet, nos invita a redescubrir la fuerza poética del hormigón, la estructura y la verdad material.

Para quienes amamos la arquitectura, el brutalismo siempre ha sido una paradoja fascinante. A primera vista, su dureza puede parecer inhóspita; sin embargo, detrás de cada muro de hormigón hay una declaración de principios: la honestidad material, la claridad estructural y la confianza en que la forma puede hablar por sí misma.

En un momento en que la arquitectura contemporánea se debate entre la tecnología, la imagen y la emoción, vale la pena volver la mirada a una corriente que hizo de la crudeza una virtud. Y pocas obras recientes lo reflejan tan bien como El Brutalista, la película de Brady Corbet que reinterpreta este lenguaje desde el cine.

La cinta narra la historia de un arquitecto húngaro que, tras los estragos de la Segunda Guerra Mundial, emigra a Estados Unidos con la esperanza de reconstruirse a través de su oficio. Su vínculo con la materia es casi espiritual: el hormigón se convierte en símbolo de su propia resistencia, una sustancia que, pese a su rigidez, puede moldearse y renacer.

El filme encuentra en el brutalismo una metáfora perfecta para explorar la relación entre la creación, la memoria y la identidad. Desde un punto de vista técnico, el brutalismo surgió en los años cincuenta como una evolución del racionalismo moderno, impulsado por figuras como Le Corbusier, Alison y Peter Smithson o Paul Rudolph.

Se caracteriza por su sinceridad estructural: los edificios no ocultan cómo están hechos, sino que exhiben sus sistemas constructivos, texturas y uniones. La huella del encofrado en el hormigón, las sombras que proyectan los volúmenes y la contundencia de las masas no son defectos, sino parte esencial del lenguaje. Ejemplos como el Barbican Centre en Londres o la Biblioteca Geisel en California demuestran cómo la escala y la materialidad pueden transmitir una fuerza emocional tan intensa como una obra de arte.

En El Brutalista, esa estética se traduce en una arquitectura cinematográfica. Cada encuadre parece diseñado con el rigor de una planta o una sección: los planos fijos, la simetría y el uso expresivo de la luz natural evocan la tectónica del hormigón. La película no solo muestra edificios, sino que los habita. La textura, la masa y el vacío se convierten en herramientas narrativas, recordándonos que la arquitectura, al igual que el cine, puede ser un acto de introspección.

Más allá de la forma, el brutalismo —tanto en la arquitectura como en la película— plantea una reflexión sobre la verdad y la permanencia. En tiempos donde las fachadas digitales y las modas efímeras dominan el paisaje urbano, esta corriente nos recuerda el valor de lo esencial: el material, la estructura, la luz.

En este sentido, la autenticidad brutalista también nos invita a reflexionar sobre el valor del Certificado de antigüedad de vivienda, un documento esencial para conservar y poner en valor edificaciones con historia, especialmente aquellas que mantienen su esencia estructural y constructiva. Del mismo modo, procesos como la tasación de vivienda en Cádiz o la obtención del Certificado energético en Sevilla y el Certificado energético en Cádiz se convierten en herramientas actuales para evaluar y proteger nuestro patrimonio arquitectónico.

No se trata de nostalgia, sino de coherencia. El Brutalista nos invita a mirar el hormigón con nuevos ojos: no como símbolo de frialdad, sino como testigo de la capacidad humana para construir sentido a partir de la adversidad. Quizás por eso el brutalismo nunca muere del todo; porque, en su aparente severidad, encontramos una sinceridad que la arquitectura —y el arte en general— siempre necesita recuperar.

Conclusión

Para el arquitecto, el estudiante o el amante del diseño, El Brutalista no es solo una película, sino una experiencia que despierta una vieja pregunta: ¿qué significa construir con verdad? La respuesta, como en el brutalismo, no está en el acabado, sino en la estructura. Y tal vez ahí radique su belleza más profunda: en mostrarnos que la autenticidad, como el hormigón, puede ser dura, pero también eternamente humana.